Genio Pequeño y Legendario: Giovanni Leonardo, el Puttino de Cutro

En la segunda mitad del turbulento siglo XVI, en el rincón calabrés de Cutro, nació un joven de baja estatura pero de mente extraordinaria. Giovanni Leonardo di Bona, conocido por todos como Il Puttino, cambiaría el curso del ajedrez en Europa en un tiempo en que las coronas se disputaban continentes y los tableros de ajedrez eran campos de batalla simbólicos entre naciones.

Corría el año de 1552 —o 1533, según algunos— cuando este hijo del sur italiano comenzaba a aprender no solo a leer y escribir, sino a mover las piezas del noble juego. Aquel siglo, marcado por el Concilio de Trento, el auge de la Contrarreforma, la expansión de Felipe II de España, y el choque de civilizaciones en el Mediterráneo, fue también una época de profundos cambios culturales. Y en medio de esa efervescencia, surgía un campeón.

Trasladado a Roma para estudiar leyes alrededor de 1560, Leonardo pronto cambió el estudio de Cicerón por el de las aperturas. Fue en la Ciudad Eterna donde se cruzó por primera vez con el gran Ruy López de Segura, clérigo español y considerado el más fuerte ajedrecista de su tiempo. Leonardo perdió —y no solo una vez—, pero sembró allí la semilla de su obsesión.

En busca de redención y aprendizaje, viajó a Nápoles, entonces bajo dominio español. Allí empató un encuentro con el ya célebre Paolo Boi, y se convirtió en el mejor jugador de Italia. Comenzaba a nacer la leyenda de Il Puttino.

Y fue por aquellos años que la historia da un giro que raya en la fábula. Se cuenta que su hermano fue capturado por piratas sarracenos, y que Leonardo, armado con un tablero y su intelecto, desafió al jefe de los corsarios a una partida por su libertad. Ganó. El precio del rescate fue pagado con piezas, no con oro.

El rey Felipe II de España, monarca del Imperio donde “no se ponía el sol”, organizó en El Escorial, en 1575, lo que se considera el primer torneo internacional de ajedrez de la historia. El evento reunió a los cuatro mejores jugadores del mundo: los italianos Leonardo da Cutri, Paolo Boi, y los españoles Ruy López y Alfonso Cerón, acompañados por los italianos Cesar Polerio y Tomaso Caputi.

Tras intensas partidas, Leonardo logró su venganza ajedrecística: derrotó a Ruy López en la final, pese a haber comenzado en desventaja. Se le concedió mil ducados, una capa de armiño, y un privilegio fiscal sin precedentes: la exención de impuestos por veinte años en Cutro. Incluso el propio Felipe II, impresionado, escribió una carta de elogio a su hermano Don Juan de Austria, regente en Italia.

El triunfo fue celebrado en su tierra natal como una hazaña nacional. Desde entonces, Cutro sería llamada con orgullo la ciudad del ajedrez.

Poco después, Leonardo y Paolo Boi viajaron a Lisboa, donde enfrentaron a los mejores jugadores de la corte del rey Sebastián de Portugal. Allí, Il Puttino venció incluso al temido jugador conocido como "el Moro", considerado el número uno en suelo lusitano.

Pero la gloria tenía su costo. En medio de sus victorias, Leonardo recibió la noticia que lo marcaría para siempre: su esposa había muerto. El dolor personal lo sumió en el silencio. Nada más se sabe de ella: ni su nombre, ni su rostro, ni la causa de su muerte. Solo el impacto que su partida tuvo en el campeón.

Años después, ya establecido nuevamente en Italia, Leonardo trabajaba al servicio del Príncipe de Bisignano en la región de Cosenza. Pero los celos y rencores, que no entienden de coronas ni de damas negras, se arremolinaron en su contra. Murió a los 45 años, envenenado, según las fuentes más antiguas, por rivales o enemigos del ajedrez.

Su muerte, en 1597 (aunque otras fuentes apuntan a 1578), cerró una vida marcada por el genio, la estrategia y el silencio trágico.

Hoy, en Cutro, cada año se celebra un torneo en su honor, y su nombre resuena entre los pioneros del ajedrez moderno. Fue, tras Ruy López, el segundo campeón mundial no oficioso de la historia, y el primero en demostrar que el ajedrez podía unir reinos, salvar vidas... y también destruirlas.

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