José Raúl Capablanca, el genio natural del ajedrez

El ajedrecista cubano José Raúl Capablanca (1888-1942) fue campeón mundial desde 1921 hasta 1927 y es considerado uno de los talentos más prodigiosos de la historia del ajedrez. Aprendió a jugar a los cuatro años, simplemente observando a su padre mover las piezas, y en poco tiempo ya era capaz de corregirle los errores durante las partidas familiares.

Con solo catorce años participó en el primer campeonato nacional cubano (1902), donde obtuvo la cuarta posición. Desde entonces su carrera despegó, participando en competiciones internacionales que lo llevaron por Europa y Estados Unidos, donde rápidamente fue reconocido por su estilo elegante, preciso y aparentemente sencillo.

Entre 1912 y 1915, Capablanca publicó una revista de ajedrez en La Habana, y durante la Primera Guerra Mundial permaneció en Nueva York, donde ganó varios torneos entre 1915 y 1918. En 1921, en La Habana, se proclamó campeón mundial tras derrotar al legendario Emanuel Lasker, consolidando su fama de jugador invencible. Ese mismo año publicó su célebre obra Fundamentos del ajedrez y contrajo matrimonio en la capital cubana.

En los años siguientes siguió acumulando éxitos, entre ellos el New York International de 1927, aunque ese mismo año perdió el título mundial ante Alexander Alekhine, en un duelo histórico que marcó el inicio de una intensa rivalidad. Además de su carrera sobre el tablero, Capablanca fue diplomático y embajador de Cuba, participó como actor en la película Chess Fever (1925) y se casó en segundas nupcias con una princesa rusa.

Fotografía: Escena Chess Fever (1925) 

📖 Anecdota: En una ocasión, durante una exhibición simultánea, Capablanca se levantó para descansar mientras los participantes seguían analizando sus posiciones. Al regresar, observó el tablero de uno de ellos durante apenas unos segundos y dijo:

“Usted ha hecho una jugada excelente… pero pierde en tres movimientos.”
El público, incrédulo, esperó. Capablanca ejecutó la secuencia y, efectivamente, el rival quedó sin defensa. Su memoria visual y su intuición eran tan asombrosas que rara vez necesitaba pensar más de unos segundos antes de mover.

Capablanca falleció en 1942, a los 53 años, tras sufrir un ataque cardíaco en el Club de Ajedrez de Manhattan. Sus restos descansan en La Habana, y su legado perdura como el de uno de los ajedrecistas más naturales y brillantes de todos los tiempos.

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